Nuestra propia Amnistía

Huele tus heridas y no te asuste del rojo intenso que brota de tu cuerpo.
No temas las bajas temperaturas y descamisado infla, con tu propia presencia, el mejor salvavidas para salvarte de una mala jornada.
Desnuda tu cuerpo, mientras llevas arropada tu alma. Siéntate a tu lado, para hablar sin tabú de la vida, tu vida.
Mirar con el lujoso placer de tener los ojos llenos de lagañas, no tengas vergüenza de ayudarte a ti mismo a lavarte la cara con las manos llenas de ilusión y felicidad.
Brindar con un vino sin la preocupación de soltar tu otra mano, porque eres parte de tus planes para ser feliz.
No hay mejor práctica de amor que a través de una caricia, un detalle, una palabra. Respetando esos lapsus necesarios de soledad cuando los días en el calendario, de nuestro instinto, nos dicen que son inhábiles.
Que la unión del calor de tu propia piel te tenga incluido en tu presente, donde puedas guardar los sentimientos de tus secretos. Contigo mismo no debes tener secretos.
Se capaz de entender como eres, porque no ha sido fácil encontrarte a ti mismo. Cada mañana y cada noche, cuando el dolor de las lágrimas de tu sonrisa te presentaban una nueva versión de ti mismo.
Cuando tus piernas se paralizan por el temblor incierto del mañana, sabes que puedes apoyarte en tu propio silencio, mientras retumba en tus tímpanos una clara reflexión de más de mil palabras.
Cerrar los ojos y sentirte completamente seguro al despedirte de ti. Abrirlos y, estando orgulloso y contento contigo mismo, encender tu luz para encarar un nuevo dia.
No lo busques, adéntrate en las sombras de tu ser. No lo sueñes, no lo idealices: imagínatelo y vívelo.
Porque tu Amor propio es tu mejor cómplice, perdónalo.
