Nos quedamos a OSCURAS

Cuánto bien nos hace la energía en nuestro día a día, cuánta comodidad y bienestar nos genera el poder dar un pellizco a la pared y poder iluminar una estancia entera.
Pasado el medio día de ayer y cuando la luz natural del sol golpeaba fuertemente nuestras retinas, un sonido seco y sonoro, hizo que la población entrara en pánico, así como que un silencio generalizado se apoderara de la situación.
Mientras algunas pymes forzaban sus barajas de entradas, para poder cerrar su establecimiento, nuestro sistema de comunicación más mediático, como es el whats app, se quedaba sin linea. A la vez que familiares no podían contactar entre sí, hubo ascensores que cerraron sus puertas por más tiempo de lo habitual. A la vez que conversaciones se quedaban a medias y contratos mercantiles se perdieron por no poder guardar los cambios en los procesadores de textos, había pruebas médicas que se anulaban y reuniones on-line que concluyeron sin ningún entendimiento por las partes.

Las colas en algunos supermercados aumentaban, mientras era imposible poder pagar con nuestros medios digitales. El agua dejaba de subir a las plantas superiores de los bloques de pisos, nuestras reservas en neveras y frigoríficos comenzaban a captar la temperatura ambiente.
El caos era el actor principal a primera hora de la tarde. Trenes parados en lugares insólitos, estaciones donde se agolpaban usuarios que no sabían que mirar o leer para informarse de la desagradable situación que vivían.
En nuestros bazares chinos, se acababan las pilas, las linternas, las velas, los transistores, los hornillos portátiles. Las estanterías de productos no perecederos de los supermercados, en cuestión de minutos, se contemplaban vacías.
Se apagaba el sol y la luna alumbraba una noche de incertidumbre. Por nuestras calles, avenidas y plazas avanzaba una oscuridad de duda, pánico y falta de comunicación.

Nuestros ojos se cerraron más cargados de humanidad. El rum rum de nuestros pensamientos no nos dejaba dormir, nos elevaba para que visualizáramos lo minúsculos y vulnerables que somos en una sociedad de números y combinaciones binarias, donde nuestros corazones se encuentran permanentemente en una opacidad y penumbra tenebrosa.
Nuestros despertadores digitales comenzaron a brillar intermitentemente, la cisterna de nuestro baño comenzó a cargar agua y la luz que encendimos una y otra vez a modo de prueba, por fin encendió.
Ya amaneció y, quizás sin darnos cuenta, estemos conectados a una red más humana. Porque ninguna energía, ni eléctrica, ni solar, ni hidráulica, ni nuclear, nos aportará más luz que nuestro propio corazón.

Vivimos una nueva situación para aprender: prendamos unas relaciones más humildes y humanas, donde apaguemos lo material y encendamos lo importante y vital.
Porque cuando los hombres y mujeres se quedan a oscuras y están en estado de emergencia, quienes los iluminan, ayudan y salvan son otros hombres y mujeres.
