Hubo un tiempo en que el Casco Histórico, nuestro Barrio de la Caridad, latía con la fuerza de un corazón que daba vida no solo a Algeciras, sino a toda la comarca. Sus calles eran arterias llenas de movimiento, de voces y de ilusiones. El epicentro de aquella vitalidad eran los Almacenes Mérida, símbolo de modernidad y orgullo local, con sus escaleras mecánicas que parecían anunciar un futuro brillante “toda una novedad para la época”, recordamos todavía muchos vecinos…
Cada atardecer, la calle se iluminaba con los escaparates encendidos: tiendas de ropa y zapaterías que competían en elegancia, bazares repletos de curiosidades que atraían a vecinos y forasteros. Era una fiesta de luces y luminosos de colores. Todavía permanece en la memoria la imagen de las largas colas de portugueses que venían en busca de chaquetas de cuero, o la sensación de prosperidad que llenaba los hostales y hacía vibrar los restaurantes. El mercado bullía, abarrotado de compradores y pregones, como un teatro popular en el que todos participaban. Era una ciudad despierta, en la que el corazón de Algeciras latía al compás del puerto en expansión y de la estación de trenes y autobuses, puertas de entrada y salida de un mundo en constante movimiento…
Pero el destino, silencioso y obstinado, fue cambiando aquel paisaje. Nadie podía imaginarlo entonces, y sin embargo ocurrió: el tejido empresarial comenzó a resquebrajarse. El cierre de los Almacenes Mérida, símbolo de aquel esplendor, marcó el principio de un derrumbe en cadena. Como fichas de dominó, uno tras otro los comercios fueron apagándose, y con ellos se apagó la calle. Los escaparates se llenaron de polvo y de carteles de “Se alquila” o “Se vende”. Donde antes latía la vida, empezó a instalarse el silencio…
Ese vacío trajo consigo un nuevo problema: un ambiente cada vez más degradado. Donde antes había movimiento y confianza, comenzaron a proliferar negocios improvisados, soluciones temporales que nunca arraigaron. Y, peor aún, algunas organizaciones llegaron bajo el manto de la ayuda social, pero con un modelo ajeno a nuestra esencia: franquicias de la miseria que se enriquecen con la vulnerabilidad, que ocupan hostales abandonados y transforman la solidaridad en negocio. No hablamos de la ayuda genuina, la del Comedor del Carmen, sostenida por las manos generosas de voluntarios que dan sin esperar nada a cambio. Hablamos de otra cosa: de una presencia que no escucha a los vecinos, que no respeta nuestro entorno y que amenaza con borrar la identidad del Barrio de la Caridad.
Y sin embargo, la historia de este barrio no termina en la decadencia. Aún queda esperanza. Porque el corazón de Algeciras conserva en este núcleo urbano algunos de sus tesoros más valiosos: el teatro Florida, donde la cultura se abre paso entre muros centenarios; el museo, que guarda la memoria de quienes fuimos; y el mercado, declarado bien patrimonial, que resiste como símbolo de nuestra tradición…
Los vecinos hemos empezado a despertar, a levantar la voz y a decir basta. Queremos ayudar, sí, pero con equilibrio, contando con quienes vivimos aquí, defendiendo nuestros derechos y soñando con un futuro en el que el centro vuelva a ser digno, bello y lleno de vida. Un futuro en el que convivan la solidaridad verdadera y los negocios de calidad, donde pasear por las calles sea un placer y no una preocupación, y donde el alma de Algeciras vuelva a latir con orgullo…
El Ayuntamiento ha comenzado a escucharnos y a dar pasos. Y sólo algunos partidos políticos nos acompañan en esta causa, pero eso no nos detiene. Porque lo que buscamos va más allá de ideologías: queremos recuperar el corazón de nuestra ciudad y la paz en el barrio…
El Casco Histórico, el Barrio de la Caridad, sigue siendo el corazón de Algeciras. Y juntos, con la memoria como fuerza y la esperanza como guía, lo vamos a hacer renacer.
Antonio Jarillo